Carlos Matallana. El hombre de barro y hojalata.

Exposición: Carlos Matallana. Doble o nada.
Espacio: Sala de Arte Contemporáneo del Gobierno de Canarias. Museo Municipal de Bellas Artes. Santa Cruz de Tenerife
Horario: Lunes a Viernes. 10:00h- 20.00h. Sábados y Domingos: 10:00h-15:00h.
Fecha: 27 de Mayo- 31 de Agosto de 2011.

No hace falta más que contemplar nuestro presente.

Claro que hay posibilidades y tantas probabilidades de que volvamos a retomarlas, si por una vez somos conscientes que en nuestra querida existencia, nos hemos convertido en seres bipolares… Quizás, el lector no crea que esta bipolaridad sea palpable, simplemente porque se siente cómodo en ese aspecto de vaivén que alcanza el ser, tranquilo en el acto de juzgar al otro, en la posición que se torna en un momento como contraria. Nadie le culpa. Salir de los parámetros perfectamente establecidos en el sistema creado, no es cosa fácil, pero por lo menos saber que hay algo más allá, es un principio.

Esto trae a mis recuerdos, no duales, sino múltiples, la archiconocida obra de Carl Sagan: Contact. Llevada a la gran pantalla por Zemeckis (no voy a entrar a valorar ningún aspecto), el libro posee una esencia de búsqueda constante ajena a la propia existencia, tal y como la conocemos. En una escena de la película aparece una playa, irreal, hermosa en esa inexistencia, desvinculada de todo tiempo, que parece detener al humano y a la máquina, los empequeñece, incluso los santifica de una manera u otra. Recalco que, no es el planteamiento cinematográfico el que me interesa, o que su desarrollo sea más o menos relevante, defino simplemente una imagen que recoge una esencia que para mí no es definible, no llega a ser palpable, o vinculada con alguna visión. Irónicamente, en la muestra de Carlos Matallana, obtuve -no conozco el motivo- la misma percepción.

Doble o nada es el título de su nueva apuesta, y también el título de una de las tres series que recoge cuatro lienzos de gran formato: “Para desplegar los limbos”, “La muerte reinicia el mundo”, “La noche del silencio” y “La Isla de los sueños” (2010). Aquí, los lienzos se dividen en dos partes, dos lados, dos sectores, que responden a dos mundos falsamente separados, ya que el otro es el producto del uno: la naturaleza y la técnica, el ser y la máquina. El humano animal pertenece a la naturaleza, su raciocinio le otorga la posibilidad de crear un mundo tecno-científico que se enfrenta a los equilibrados principios de la madre natura. Esta separación parte de uno: el ser humano que rechaza por un lado la naturaleza y por otro critica la técnica. En su intento por comunicarse se aisla, se aleja de su instinto y exagera su finitud convirtiéndola en una infinitud ficticia a través de la razón. No supo hacer que la balanza guardara la estabilidad, sino que construyó una nueva balanza que eternamente estaba en equilibrio.

La conquista de nuestro mundo y la conquista del universo, la colonización, la extensión de nuestra inteligencia… conduce hacia la invasión de nuestra perpetuidad a través de una técnica que se sitúa como símbolo de progreso. Mientras, una visceralidad inseparable a la razón se nutre de una emotividad hermanada al intelecto, una naturaleza primigenia, una máquina contra otra máquina, creador frente a obra creada. En “Para desplegar los limbos” aparece la obra de “Amor y Psique” de Canova, pero aniquilando sus alas, en “La muerte reinicia el mundo” surge la representación pictórica de un animal diseccionado, donde sus vísceras son expuestas sin pudor, en “La noche de los sueños”, vuelve a retomar la historia del arte, utilizando un detalle de “El rapto de Proserpina” de Gian Lorenzo Bernini, o en “La isla de los sueños” aparece el corazón como órgano del cuerpo humano, rojo y vivo. Cada uno de estos elementos no son más que un lado de la moneda, al otro, los elementos técnicos como satélites o cohetes rozan un hervor de desconocimiento al contemplarlos.

Carlos Matallana parece exigir un posicionamiento, decidir si se continúa con la técnica o la naturaleza, si existe un medio de simbiosis, de comunicación, de entendimiento que produzca ese equilibrio del que hablábamos.

Hay más. Siempre en Matallana la riqueza del discurso supera la desidia de un presente artístico que en algunas ocasiones parece estar al borde del abismo. El artista retoma la historia de la pintura. No hay temor a la figuración ni temor al concepto. Crea un vínculo perfecto. No olvidemos, la influencia que ha absorbido de la transvanguardia italiana, de la memoria histórica pasada y presente, de la artesanalidad, del placer de ponerse manos a la obra.

Petit Pharse, recoge el trabajo del dibujo, las referencias, el autorretrato y la autoreflexión. El artista se sitúa en el ojo focal de su grafito, y sobre el papel, dibuja los contornos de su identidad, para conocer su propia diferencia. En Petit Pharse VI, “La única ofrenda posible” se corta la cabeza porque el marco se la ha cortado, ahora la mano sujeta la testa “por los pelos”. En Petit Pharse IX, “Not only…but also” el artista se capta así mismo limpiando ya no la “Fountaine” de Marcel Duchamp con su famosa firma R. Mutt, sino que ahora limpia con las mismas siglas el inodoro de las vanguardias. Carlos Matallana de rodillas, limpiando. Reconoce su obra y mantiene la coherencia del artista ya cuestionado, del artista en el mercado y del artista que soporta los grandes dogmas de un universo artístico que a veces se vuelve todo una ciencia.

Si por un lado, hablábamos del reto de ganar apostando tras haber creído ser el ganador y por otro lado, visualizamos la figura de este artista frente a sí mismo, llegamos al estadio en el que Carlos Matallana nos deja, aparentemente, descansar. Genofías, son lienzos bucólicos, que como Fernando Castro Borrego señala, “tanto en su obra abstracta como en la figurativa, consagrada principalmente a la representación del paisaje, las imágenes procuran placer al espectador, pero con un punto sutil de melancolía, como el que se desprende de la música de Mozart. Habría que matizar, así pues, esta idea de la felicidad asociada a las imágenes de la naturaleza que el artista propone”. Melancolía, pero… ¿melancolía de un mundo mejor? o ¿melancolía de saber que si un mundo nuevo se nos entregase, haríamos lo mismo? Esta serie de colores dorados, irreales como esa escena de un mundo vivo pero a la vez paralizado, roza lo simbólico y lo alegórico. Paisajes llenos de luz, que en sólo una ocasión se interrumpen por el despegue de una nave espacial. Un elemento técnico que más bien, no parece pertenecer a nuestro mundo, sino partir de un nuevo y aparente paraíso.

Decía Paul Valery en “La conquête de l’ubiquité” en Pièces sur l’art[1]: “En un tiempo muy distinto del nuestro, y por hombres cuyo poder de acción sobre las cosas era insignificante comparado con el que nosotros poseemos, fueron instituidas nuestras Bellas Artes y fijados sus tipos y usos. Pero el acrecentamiento sorprendente de nuestros medios, la flexibilidad y la precisión que éstos alcanzan, las ideas y costumbres que introducen, nos aseguran respecto de cambios próximos y profundos en la antigua industria de lo Bello. En todas las artes hay una parte física que no puede ser tratada como antaño, que no puede sustraerse a la acometividad del conocimiento y la fuerza modernos. Ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo son, desde hace veinte años, lo que han venido siendo desde siempre. Es preciso contar con que novedades tan grandes transformen toda la técnica de las artes y operen por tanto sobre la inventiva, llegando quizás hasta a modificar de una manera maravillosa la noción misma del arte”.

Y así fue, el “doble o nada”, ha sido la ganancia y la pérdida mutua. Creyéndonos ganadores, nos convertimos en perdedores, y ahora volvemos de nuevo a buscar la victoria.Carlos Matallana, es ahora un homo ludens que presenta abiertamente al espectador el juego de nuestro sistema. Juega entre el retorno a la pintura, la vuelta a las figuras de la historia del arte y los enfrenta al progreso tecno-científico. No se puede obviar pues, la referencia de Carlos Matallana a Walter Benjamin, una referencia que resumo en palabras de Benjamin: “La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden. Este es el esteticismo de la política que el fascismo propugna. El comunismo le contesta con la politización del arte” [2].

Doble es la humanidad y la naturaleza. La nada, el desvinculo entre ambos. Juego maquiavélico, cruel y trágico. Una atmósfera de desconocimiento que paraliza las entrañas de la vida.

* Noemi Feo Rodríguez.

*Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Laguna. DEA.

[1]Paul Valery, Pièces sur l’art, París, 1934.

[2] Walter, Benjamin, Discursos Interrumpidos I, Taurus, Buenos Aires, 1989.



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