Joan Ponç

Fundación Canaria Cristino de Vera.
Espacio Cultural CajaCanarias
San Cristóbal de La Laguna
3 de abril – 19 de julio de 2014
nocturn
                 Nocturn (Nocturnos), 1950. Joan Ponç. Fundación J.V. Foix

“Hubo una fuerza insidiosa y terrible en la pintura que se hacía en Barcelona en la segunda mitad de los años cuarenta. Era como si estuviésemos sumergidos en la paz y en la serenidad de un tranquilo paisaje en el ocaso, y al admirarlo a través del ópalo de una copa, surgiera, de pronto, el filtrado espíritu de la tierra desatada, algo maléfico y demoníaco, ofreciéndonos impúdicamente las raíces del instinto y de la condenación; ese grito que no queremos oír y , no obstante, nos fascina, esa risa que viene del fondo de los siglos y nos detiene ante la puerta que el hombre ha mantenido siempre cerrada”.

                                                                                                                                                                                                        Joan Perucho

¿Cuál es el secreto del Surrealismo? ¿Por qué fue y sigue siendo de todas las vanguardias la más popular? Podríamos aventurar que la labor propagandística del núcleo fundador aseguró su anclaje temporal y la penetración del gusto en nuestra cultura, o que tal vez su tendencia a la figuración le granjeó la devoción del gran público. Estas explicaciones no estarían exentas de algo de razón, sin embargo el gran logro del Surrealismo fue la delimitación conceptual de un problema antropológico, que hunde profundamente sus raíces en las discusiones ontológicas acerca del ser de la Modernidad. Es tal el calado humano de este movimiento estético que por ello no se conformó con sus límites históricos. Abraza la producción futura en la que el símbolo, entendido al modo de Jung, se conforma como aquella imagen o término cuyo significado, más allá de lo obvio y corriente, alude a algo vago, más amplio y que subyace allende la razón. Y lo que es aún más sorprendente, en una cabriola temporal tremendamente incómoda para los historiadores, llega a abrazar bajo su denominación las fantasías del pasado medieval, así como la obra de El Bosco, Brueghel el Viejo y Arcimboldo entre otros muchos. El parto bretoniano fue ante todo el parto de un concepto, de un término, el nacimiento para el mundo y la cultura de un nuevo ser que permanecía latente en el vientre materno de la humanidad y que, debido a dicha conceptualización, se individualizó y a la vez se tornó colectivo, real y patente.
La Fundación CajaCanarias y la Fundación Cristino de Vera iluminan con esta exposición uno de los miles de senderos abiertos por el Surrealismo en el subconsciente humano. A veces oculta tras la arrolladora producción de Antoni Tàpies, la obra de Joan Ponç vinculada a su actividad junto al grupo surrealista Dau al Set en la Barcelona de finales de los años cuarenta, pasa desapercibida. Sin embargo, es en sus paisajes yermos, de colores alucinados, en los vientres abultados de los perros flacos que recorren el páramo, y en los ojos brillantes de los híbridos demoníacos donde quizás mejor se exorcizan los terrores del inconsciente colectivo. El atractivo siniestro de los negros lienzos de Ponç se debe al uso obsesivo y reiterado de símbolos cercanos, en parte comprensibles y aterradores de la tradición occidental. Esos símbolos son precisamente el grito de Joan Perucho, que no queremos oír y, no obstante, nos fascina, aquello que para Schelling, debiendo permanecer latente, oculto o secreto, se ha revelado. Es el terror que solo la vaguedad del símbolo desvela, agazapado en las lindes de la razón, abarcando la globalidad y la multiplicidad de una realidad que el apolíneo concepto constriñe y obvia. Es por ello que el tiempo se torna indiferente para Ponç, se estira y se comprime. El demonio miniado comparte mesa con el burgués cuya chistera apenas oculta unos cuernos, el templo griego saluda a la iglesia cristiana sobre la colina, sabiéndose ambas religiones custodias del símbolo de lo divino y lo abismal. Por doquier corretean los híbridos, exiliados en el Tártaro por los dioses del Olimpo. Su mezcla, la no distinción corporal y conceptual clara de los límites precisos entre el hombre y el animal, que se desintegran y recomponen en una masa corporal primigenia de criaturas indistintas. Y es quizás el desenvolvimiento naïf de los personajes en el lino negro lo que más nos acerca a los terrores primigenios e infantiles que pueblan las mentes de los niños, donde la razón aún duerme en el letargo de la inocencia.
Pero ¿son los límites del sueño el garante de esta realidad que creemos conocer, o acaso estamos más cerca de estos demonios de Ponç de lo que pensamos? A esto no tengo respuesta, porque es difícil decir cuánto de realidad hay en lo que soñamos y cuánto de la realidad no es más que una proyección de nuestros sueños.
Alejandra Villarmea López.
Licenciada en Historia del Arte.


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