Georgia O´Keeffe.

¿Quién teme a la tradición feroz? La tradición asoma como alegoría, como parodia, como nota irónica al pie de página de la Posmodernidad. Sin embargo los artistas de esta muestra que nos trae la Fundación CajaCanarias, ajenos a esta algarabía retórica, o quizás demasiado conscientes de ella, reconocen el valor significativo de las formas y los géneros de la tradición y nos observan desde sus cuadros con contundencia certera. Saben bien que nuestra mirada reconoce con claridad los grandes lenguajes de la Modernidad, aún cuando se empeñan en pasear ante nuestros ojos las fúnebres comitivas de los Grandes Mitos modernos.

Las facultades de Bellas Artes, la mayor parte del mercado artístico, y la crítica, como valedores de la estética contemporánea han condenado al salón de los rechazados a la forma, al diálogo reverencial con la tradición que la pintura mantenía históricamente con su pasado. Pero por otro lado, el conjunto del mercado no se debe a ninguna ley moral o estética y de la misma forma que cierra las ferias y concursos a todo aquello que huela mínimamente a realismo, abre de par en par los museos con la organización de exposiciones donde reina la figuración. Y es que basta revisar el calendario de exhibiciones del año pasado en los grandes museos españoles para darse cuenta de la ironía. Salvador Dalí en el Centro de Arte Reina Sofía arroja un saldo de más de medio millón de visitantes, convirtiendo a este museo en el único que no termina 2013 en número rojos respecto al año anterior. Pero es que a la crítica le cuesta mirar abiertamente a la cara del realismo desde el siglo pasado, como si fuese una suerte de pecado de la clase media, o como si se tratase de una burla a la cognición. El gran crítico posmoderno Arthur C. Danto se tambaleaba ante la pregunta de un lector que preocupado le escribía ¿Será lo único prohibido el arte apreciado por criterios tradicionales, o sea, el tipo de arte que de hecho la mayoría todavía prefiere?

Pese a los dogmas y los credos de la vanguardia, la realidad sobrevivió al siglo XX como una corriente subversiva defendida por sus gigantes figuras como Pirandello, Hopper, O´Keeffe, Balthus, Bacon, L. Freud, Nolan, o Antonio López en España. Pero para comprender las actuales revisiones de la realidad no podemos olvidarnos del fenómeno del Impresionismo. Este ha sido una pieza clave en el proceso de recuperación de la figuración contemporánea. Fue la bisagra de la vanguardia que destruyó la forma, y ahora lo es de la vanguardia que la recompone. De mano de un segundo renacer del Impresionismo llevado a cabo desde la museística y el mercado artístico, una nueva visión de la realidad se inmiscuye en el cansado discurso apocalíptico de la Posmodernidad.

Hace ya tiempo que los lenguajes se estiraron hasta su límite, demostrando su finitud como equilibristas en las fronteras del no sense. Fernando Castro Flórez en el texto que acompaña al catálogo de esta exposición escribe que precisamente cuando la transgresión está totalmente retorizada, es necesario encontrar nuevos intersticios, superar los tópicos que de una forma maniquea o pseudo-evolutiva piensan que ciertos lenguajes, como el de la pintura están periclitados. No importa que el lenguaje tenga límite, pues ¿No nos dice la ciencia que el infinito se encuentra dentro de unos límites?, ¿No tiene el Aleph la forma de un punto en el espacio?, ¿Acaso nos hemos cansado ya de mirar dentro del Aleph? Quizás, como decía Borges, solo es necesario que nos trabaje un poco el olvido para volver de nuevo los ojos al mundo con sorpresa.

La Fundación CajaCanarias nos trae una selección de obras de la que se dio a llamar Escuela de los “Nuevos realistas”, con Antonio López a la cabeza. Un grupo de artistas que en pleno auge del Informalismo puso la técnica al servicio de la realidad empírica, consultando las nutridas fuentes del Barroco. Mujeres corrientes recostadas como venus lampiñas, frugales almuerzos costumbristas y modernos bodegones que no requieren de relojes o suculentas frutas picadas por las moscas para hablarnos con claridad. Basta vislumbrar la congelación de lo cotidiano para presentir la aviesa presencia de la muerte. Frente al consumo masivo de la esquiva imagen digital que se desintegra en miles de unos y ceros a la velocidad de la luz, la quietud de las salas de CajaCanarias reconforta nuestra memoria colectiva, arrojándonos a la materialidad plástica de estas obras donde se solidifican nuestras históricas formas de mirar.

Alejandra Villarmea López.

Licenciada en Historia del Arte.