02 marzo, 2017
07 de marzo: Inauguración de la muestra “El paisaje imaginado” de Toño Patallo
“Hace años que abandoné la paleta clásica de pintor. Mezclo mis pinturas sobre cualquier soporte: papel, plástico, madera, etc. A lo largo de mi vida artística he observado la fuerza expresiva que adquirían estos soportes al cargarse de materia y color y pensé que a pesar de tener un alto porcentaje de casual, no dejaban de ser obras salidas de mi subconsciente. Simplemente les añadí un tanto por ciento de consciencia”.
Antonio Alonso-Patallo Valerón
Bajo el título de “El paisaje imaginado”, el Parlamento de Canarias y esta Real Corporación inaugurarán el próximo martes, 7 de marzo, a las 11:30 horas, una exposición del Académico y artista Toño Patallo, en la sede del referido Parlamento. La muestra permanecerá abierta hasta el próximo 25 de marzo, en el habitual horario de 10:00 a 14:00 y de 17:00 a 20:00 horas, entre semana, y de 10:00 a 14:00 horas los sábados.
Dicha muestra, compuesta por 15 pinturas inspiradas en el paisaje del Bayuyo, y por algunos bocetos, está comisariada por la Académica Ana Quesada Acosta, quien con motivo de esta exposición, ha escrito lo siguiente:
“Desde hace años Toño Patallo viene capturando imágenes del paisaje de Fuerteventura, sin que ello signifique lareiteración de una propuesta estética. Esta nueva serie es prueba de ello. Dando un paso más en sus disquisiciones plásticas, pero sin abandonar el espacio geográfico que tanto le ha seducido, nos hace transitar por un territorio mutante, en el que memoria e instante, realidad e imaginación, se alían ahora para persistir en su particular exploración de las canteras de picón y basalto de Bayuyo, un paraje transformado diariamente por la acción del hombre para atender a sus necesidades. No se trata, por tanto, de un entorno aislado y virginal, sino todo lo contrario, de un paisaje espoleado por la extracción mecánica. A pesar de ello, nada percibe el espectador al respecto. En este proceso de reinvención plástica no encontramos ni un atisbo de denuncia o acidez crítica, nunca ha existido, decantándose por un relato que poetiza las entrañas geológicas de esta zona de la isla, donde ha sabido ver caprichosas estructuras geométricas que contraponen la textura rugosa de la lava con la superficie lisa del canto, generada por incisiones y rígidos cortes.
Pero ya no se trata tan solo de paisajes efímeros, como denominó a la primera serie con la que evocó al lugar, aunque hasta cierto punto tampoco han dejado de serlo. Y eso es precisamente lo que sorprende. En un ejercicio complejo de su intelecto, Patallo resuelve en una sola imagen dos momentos diferentes, el que aprecia cuando revisita la orogenia nuevamente sacudida, y la evocación del que ayer retiene aún en su retina, tan transitorio uno, como otro. La fugacidad de ambos se congela en una nueva visión imaginaria, pero igualmente certera para el creador. Es la memoria, resistiéndose como siempre al olvido, la que alienta esta orogénesis pictórica, la que realmente coadyuva a concretar la percepción de una naturaleza fragmentada como un todo, que filtrado por la razón, se torna compacto, sólido, y veraz, ante los ojos del espectador.
Esta apariencia unitaria que anula cualquier referencia al collage originario, a la par que alude a significados primigenios, lo consigue también gracias a un proceso creativo, técnica mixta, conformada por acrílicos empastados con polvos de mármol. Materializa así, una estructura casi tridimensional que roza la entidad escultórica. Se trata por tanto, de un universo autónomo donde la textura adquiere protagonismo, acaparando cada poro de la superficie con densidad, haciéndonos sentir la rugosidad de la piel volcánica que recubre este paisaje de resonancias telúricas y ancestrales, pero formulado con retazos de ayer e improntas de un presente, que sigue azotando el viento y el hombre.
En estas obras la habilidad de extraer fragmentos de una realidad física para transmutarlos en ignota esencia, sitúan a Patallo en un nuevo y fecundo estadio de su producción, en el que nos permite deambular no a través de meras recreaciones, sino de auténticas creaciones, poéticas metáforas escritas con densas masas de luz, color y sombras. El valor estructural de la mancha, casi gestual, organiza el espacio geográfico en el que nos sentimos inevitablemente atrapados por las vetas polícromas del descarnado entorno, asumiendo en cada paso la sugestión orgánica de la tierra y sus texturas”.