Escultor
Santa Cruz de Tenerife, 1770 – 1819
Siempre ha sido un escultor desconcertante porque aun viviendo una etapa artística regularmente activa, compartiendo con Luján Pérez (1756-1815) y con otros tantos, los mejores éxitos producidos en la plástica en Canarias, solo dispongamos de una obra suya (firmada y constatada), la Virgen de las Angustias (conocida como “La Republicana”), venerada en la iglesia de El Pilar de Santa Cruz de Tenerife. Una obra (candelero), que por su correcto acabado, pone de manifiesto la indudable preparación técnica y teórica de su autor.
Curiosamente, en la documentación local aparece Arroyo como “pintor”, al que se le añade el término de “serero”, actividad desempeñada por sus padres en la calle de San Felipe Neri (hoy Emilio Calzadilla), donde tenían abiertos taller y tienda, que cubrían las necesidades de la clientela local, tanto eclesiástica, como militar y civil. Es muy posible que en contacto con el trabajo de la cera, descubriera muy pronto la capacidad para moldear, ejecutando pequeñas figuras e, incluso, exvotos tan solicitados entonces por la piedad popular. Sin embargo, su verdadera vocación no la orientó hacia el Arte, sino al sacerdocio, de modo que en 1794 aparece como clérigo tonsurado, ocupando capellanía en la iglesia de Ntra. Sra. de la Concepción de la capital tinerfeña. Es a partir de este momento cuando amplía sus relaciones con las personalidades más relevantes de la esfera eclesiástica, política y cultural, como la de don Graciliano Afonso (1785-1861), amigo personal. A través de sus escritos descubrimos un excelente talento para la literatura, gozando de aguda oratoria entre los parroquianos.
La labor pastoral fue realmente efímera pero intensa.
Antes de 1806 ya había renunciado a su estado sacerdotal para contraer matrimonio con Manuela Castellano con quien tuvo cuatro hijas: Ramona, Margarita, Angustias y Juana.
Aunque el negocio de la cera siguió activo, su dedicación artística le permitió cierta holgura económica, efectuando trabajos carpinteriles e incluso de restauración. Según los documentos consultados, sabemos que ejerció con bastante destreza la técnica de la pintura mural en algunos edificios civiles y religiosos de Santa Cruz de Tenerife (iglesia de El Pilar, castillo Paso Alto, etc.). Tuvo la ocasión de decorar una dulcería-heladería abierta en 1810 por el italiano Aspala, en los bajos de la casa Bignoni (Plaza de La Candelaria), que fue una novedad para la sociedad de aquel momento. Arroyo desplegó toda su imaginación planteando perspectivas arquitectónicas con fondos paisajísticos.
Sabemos asimismo, que llevó a cabo las esculturas del Apóstol Santiago, de la Virgen del Carmen y de la Virgen de Candelaria (iglesias de San Francisco y de la Concepción, de la capital tinerfeña, respectivamente). Todas ellas desaparecidas, salvo la imagen de La Candelaria, que por sus características podría incluirse en la producción del siglo XVII. Es muy posible que Arroyo la haya intervenido, nada más, cambiando incluso la colocación tanto del Niño Jesús (el actual es de carácter industrial), como de la candela, que aparece en la mano derecha de la Virgen María, alterando así la icnografía tradicional de la “vera efigie”.
Los estudiosos de Miguel Arroyo suelen incluir, en su escasísimo repertorio, la imagen del Crucificado, conocido como el “Cristo del Valle”, perteneciente a la iglesia de San Juan Degollado (Arafo), una escultura realizada en madera y policromada en tonos barnices. Hay que tener en cuenta que la madre de Arroyo, doña Rosalía Villalba, había nacido en el mencionado núcleo poblacional, contando con determinadas posesiones que dejó en herencia a su hijo. Es posible, por tanto, la presencia de obras de este artista en la referida localidad del sur de Tenerife, como la Piedad que se halla en la Capilla de Cruz (barrio de “El Aserradero”), una atribución muy defendida pero sin apoyo documental.
Resultaría muy aventurado establecer una línea estilística analizando su única obra firmada, la Virgen de las Angustias. Sin embargo, podemos deducir que Arroyo fue un Excelente habilidoso que jamás sospechó que llegaría a convertirse en un artista de cierta reputación social. Sus primeros pasos como docente los dio en las aulas conventuales y en contacto con los maestros de mayor notoriedad en el ámbito de las Bellas Artes, como Pedro Murga (1750-1810) que fue su maestro.
Falleció el 5 de febrero de 1819, a los 49 años de edad, siendo sepultado en el Cementerio municipal de San Rafael y San Roque.
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FUENTES PÉREZ, Gerardo:
Canarias: el clasicismo en la escultura. Cabildo Insular de Tenerife, 1990
“La escultura del siglo XIX. La tradición imaginera y la académica”, en El despertar de la cultura en la época contemporánea. Artistas y manifestaciones culturales del siglo XIX en Canarias. Historia Cultural del Arte en Canarias, V, Gobierno de Canarias, 2008
MARTINEZ DE LA PEÑA, Domingo, RODRÍGUEZ MESA, Manuel y ALLOZA MORENO, Manuel: Organización de las enseñanzas artísticas en Canarias. Gráficas Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 1987