Historia de la RACBA

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Historia de la RACBA


2. Segunda etapa: 1898/1913 – 1963

Fue precisamente un grupo de personalidades vinculadas a los académicos despojados de su Corporación el que, en 1898, promovió el Museo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, concretamente Patricio Estévanez y Murphy, y especialmente Teodomiro Robayna y Pedro Tarquis Soria. El Museo se inauguró en 1900, con generosa donación de obras por parte de casi todos los artistas, y a su sombra se organizaron nuevamente enseñanzas académicas. Desde Madrid se remitieron importantes obras de arte para el mismo, y a él fueron a parar también gran parte de los antiguos fondos de la Academia y sus pertenencias, razón por la cual, cuando se reinstauró la RACBA en 1913, siendo siempre Académicos de la misma los gestores del Museo, fue éste la dirección oficial que figuró en los estatutos de la Real Academia Canaria de Bellas Artes hasta ya entrado el siglo XXI, pues la Academia no logró tener en todo ese tiempo una sede propia.

El 18 de julio de 1913, por orden del Rey Alfonso XIII a impulsos de la demanda canaria y mediante un Real Decreto promovido por su ministro Joaquín Ruiz Jiménez (padre), se reinstaura en Santa Cruz de Tenerife la Real Academia Canaria de Bellas Artes, y cuatro días después, el 22 de julio, la Gaceta de Madrid publica otro Real Decreto en el que el Rey nombra a todos los componentes escogidos para la corporación. El acto de constitución tuvo lugar en el despacho del Gobernador provincial el 6 de agosto siguiente, fecha de la primer acta de esta etapa. Vuelve a resurgir la Academia como corporación pedagógica y consultiva y mantiene su sede vinculada a dicho Museo de Bellas Artes de Santa Cruz y a la Escuela de Artes y Oficios que se creó también en 1913, una situación que se prolonga hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, en que, en tiempos del presidente Pedro Suárez Hernández, ciertos problemas burocráticos obligaron a la Corporación a desvincularse físicamente del edificio donde operaba la Escuela de Bellas Artes.

Según los estatutos de entonces, los que se redactaron con el decreto de Alfonso XIII, estaría la RACBA integrada por 20 Académicos de Número (aparte de un cuerpo ilimitado de académicos “honorarios” o correspondientes), pero esta vez divididos en cuatro secciones cubiertas por especialistas, técnicos y críticos de las especialidades de Pintura y grabado, Escultura y vaciado, Arquitectura, y Música (5 numerarios por sección). En la nómina de Académicos designados entonces por Real Decreto del 22 de julio de 2013 (véase “Académicos desde 1850”) figuran ya los nombres de los cinco presidentes que se sucederán desde dicho año hasta 1963 y a los que nos referiremos a continuación. Su sede operativa en esta etapa y la oficial a efectos legales durante todo el siglo XX fue, como queda dicho, la del Museo Provincial de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, cuyo bedel recibía una asignación por parte de la Academia para compensarle de las atenciones que le dedicara. Tan ligada estaba la Academia la Museo, que el 9 de noviembre de 1918 firmó el Rey nueva Real Orden por la que nombraba conservador del mismo al Presidente de la RACBA, que a la sazón lo era Estébanez.

Enrique Pérez Soto, comerciante de prestigio y gran benefactor, fue el primer (y efímero) presidente de esta segunda etapa. Sólo estuvo presente en el acto de constitución ante el Gobernador Civil, y en él expresó su ferviente propósito de trabajar con todos para la consolidación de la Academia. Al final propuso que asumiera la presidencia durante un tiempo don Patricio Estévanez, consiliario 1º, por tener que ausentarse de Tenerife, seguramente para hacerse un chequeo en la Península. No tardaron en llegar noticias pésimas sobre su estado de salud, lo que se expresó en actas con gran consternación de todos, y lo cierto es que se tuvo que quedar mucho tiempo fuera de la isla para tratarse. En marzo de 1915, de acuerdo con las exigencias de los estatutos, se le pasó a “supernumerario” y se declaró vacante su sillón como miembro de número de la sección de música. Falleció unos años después sin haber vuelto a comparecer por la Academia. 

 Le sucedió inmediatamente quien ya le sustituía en su calidad de Consiliario 1º designado desde Madrid, el recordado Patricio Estévanez y Murphy (de 1913 a 1926), durante cuyo mandato hubo varios decesos y nombramientos de nuevos académicos. Lo que en este periodo de arranque no pudo resolverse fue la financiación por parte del Estado para que la Academia pudiera funcionar. Cuantas gestiones se hicieron, incluso invocando la vieja Real Orden de 21 de octubre de 1849 relativa a la financiación de las Academias, fueron inútiles. Finalmente, la Academia consiguió unas flacas asignaciones anuales del Ayuntamiento y de la Diputación Provincial, con las que pudo realizar una labor verdaderamente mínima. Estévanez enfermó en 1917, y a partir de 1921 no volvió a comparecer en los plenarios, siendo sustituido interimanmente por Eduardo Tarquis.

D. Eduardo Tarquis Rodríguez. Presidente de la RACBA entre 1926 y 1948.Al fallecer Estévanez en 1926, asumió la presidencia de la RACBA definitivamente y por 22 años el escultor Eduardo Tarquis Rodríguez, quien había gestionado en Madrid con mucho empeño la reactivación de la Academia desde antes de 1913. Fue el presidente de más larga duración que ha tenido la Academia (desde 1926 hasta 1948, en que falleció). Alternó esta presidencia con sus funciones como director del Museo Provincial de Bellas Artes y como profesor de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Santa Cruz. Fue el único presidente de la RACBA que no nombró nuevos académicos durante su largo mandato. Esto se debió a que poco después de haber asumido la presidencia de la Academia, en 1927, recibió orden del Ayuntamiento de evacuar el Museo y la Academia del antiguo convento de los franciscanos, donde estaban ubicados, para derribar el inmueble y edificar un nuevo edificio para ambas instituciones. La obra comenzó más de un año después del aviso y se culminó durante la II Reoública. Las actividades de la Academia, sin apoyo presupuestario desde la dictadura de Primo de Rivera hasta los inicios de la de Franco, estuvieron colapsadas hasta mediados de los años cuarenta, con lo que durante más de veinte años (prácticamente todo el periodo presidencial de Tarquis) fue imposible que desarrollara sus tareas. Debió Tarquis tener preparado el ingreso de nuevos académicos ya en 1947, pero le sorprendió la muerte a principios del año siguiente y tal evento, sin duda preparado por él, se llevó a efecto tras tomar posesión su sucesor.

El Presidente Arturo López de Vergara y Albertos retratado por Pedro Guezala.Le sucedió su consiliario 1º Arturo López de Vergara y Albertos (presidente desde 1948 hasta enero de 1956, en que falleció), reputado artista y profesor de dibujo, cuyo refrendo como presidente de la corporación nunca llegó de Madrid. El inicio de su presidencia coincide con la primera renovación de la Corporación desde 1924, pues en 1948, a los pocos días de fallecer su antecesor Eduardo Tarquis, fueron nombrados y entraron en la RACBA tres nuevos académicos, lo cual fue antesala de unos deseos de renovación (siempre frenados por la política) en los que estuvieron muy empeñados tanto López de Vergara como sus sucesores Ángel Romero y Pedro Suárez. Fue don Arturo una personalidad muy respetada y generosa, que legó al Museo su gran colección de antigüedades (especialmente armas, muebles y monedas), que hoy se exhibe en una sala lateral del edificio que alberga al Museo Provincial de Bellas Artes. No obtuvo el favor de la política, y su presidencia se caracterizó por tiempos de organización y reajuste en la sede. 

Tras el fallecimiento de López de Vergara asumió la presidencia de pleno derecho y durante siete años (de 1956 a 1963) un académico muy veterano: el notable pintor de origen gaditano Ángel Romero Mateos. Éste se había formado en la Academia de San Fernando y  fue además discípulo del pintor Joaquín Sorolla. Huelga recordar que Romero fue un pintor importante, y además impulsor con su padre en Tenerife de la empresa litográfica de su apellido. De su época como presidente de la RACBA sabemos poco al no haber podido acceder a la documentación de esa época, cuyas actas están extraviadas, pero a través de algunos documentos sueltos sabemos que, tras asumir la presidencia, Romero quiso cubrir varias vacantes de la Academia, especialmente las de música, sin lograr autorización gubernativa para todos los individuos propuestos. Consiguió finalmente que entraran cinco miembros nuevos, de diferentes especialidades, en 1957 (véase “Académicos desde 1850”). Durante su presidencia logró del Gobierno central la redenominación de la ‘Academia Provincial’ (nombre anterior a la división de la provincia) ya como “Real Academia de Bellas Artes” para las Islas Canarias. Ángel Romero falleció casi nonagenario en 1963, y consta en el artículo necrológico que le dedicó la prensa que fue un notable presidente de la RACBA, “por cuyo desarrollo y actividades siempre mostró una gran preocupación”. Le sucedería como presidente de la corporación el profesor Pedro Suárez Hernández, cuya labor se documentará en el capítulo siguiente.

Durante las dictaduras de Primo de Rivera y  la II República, volvió a vivir la Academia una etapa gris, siendo poco considerada como órgano consultivo por los gobiernos centrales y por las corporaciones locales. Las Academias locales, provinciales o regionales externas a Madrid pasaron luego a ser coordinadas por el Instituto de España, recién creado por el Gobierno Provisional de Franco desde Burgos en 1937/38, instituto que las vigilaría políticamente y de las que extraía sólo de las de Madrid un número de miembros para su directiva y para Diputados en Cortes. La de Canarias se adscribió al Instituto de España en 1952, en tiempos del presidente López de Vergara. Más tarde, la forzada separación de nuestra Academia de la Escuela de Bellas Artes santacrucera acentuó su aislamiento y atonía. Recordemos que sólo las más antiguas Academias de Bellas Artes auspiciadas desde el siglo XVIII por Felipe V y Carlos III, como la de San Fernando de Madrid, y algunas de las de primera clase fundadas por Isabel II, como la de San Carlos de Valencia, la de Sant Jordi de Barcelona y la de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, mantuvieron cierta notabilidad en esta etapa, siendo bastante después de la Guerra Civil cuando todas pasaron a denominarse “Reales” (antes eran meras “Academias Provinciales de Bellas Artes”) y a asumir santidades patrocinadoras.

 



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